12 sept 2010
Cata y su.... KK
Como cada mañana, Cata se dispuso a salir muy temprano rumbo a su trabajo y ni por un segundo sospechó que ese día seria totalmente diferente.
Todo comenzó con un retortijón de esos que te hacen decir “Ah caray!, ¿pos que cene anoche? “ Pero no le das tanta importancia pensando que es algo pasajero, un gasecillo inofensivo, total … que puede pasar?
¿Qué puede pasar?, Nada si tienes un baño cerca pero la pobre de Cata iba manejando a 30 kilómetros por hora (velocidad máxima en el DFctuoso una vez que regresaron los doboques a la escuela) y a las 6:30 de la mañana; hora en la que obviamente ningún local está abierto como para poderte estacionar y atender el llamado de la naturaleza.
Bueno, ni siquiera la gasolinera mas cercana te sirve de consuelo porque vas del lado contrario del camino y el retorno esta como a 2 kilómetros, así que la única opción era apretar el cuerpo y esperar a que esa horrible sensación pasara, pero por más esfuerzos que hizo Cata…sintió como su cuerpo comenzaba a traicionarla muy lentamente.
Por su mente cruzo la idea de regresar a su casa, pero ahora sí que ya iba más para allá que para acá y ese día en particular tenía que atender muchos pendientes de trabajo; así que hizo de tripas…(¿mas?) corazón y se dirigió a la estación del tren suburbano más cercana.
Como toda mujer precavida, Cata traía en su bolsa un pequeño rollo de papel que para ese momento se convirtió en su más fiel aliado y amigo.
Bien dicen que la crisis es un buen detonante de ideas maravillosas y en este caso créanme que no fue la excepción, ya que a Cata se le ocurrió tomar un poco de papel y colocarlo en la parte trasera de su anatomía; ahora sí que para que amortiguara el golpe.
Una vez estacionada y con las debidas precauciones, Cata bajó de su automóvil y aplicando la técnica de las Geishas al caminar (pasos cortos y apretaditos pero con gran velocidad) se dirigió a los sanitarios.
Una vez en el baño, Cata se dio cuenta que su pantaleta estaba más que manchada así que muy decididamente se la quito, la hizo bolita y justo cuando estaba a punto de arrojarla al bote de la basura se acordó que era uno de sus choninos nuevos, como lo iba a tirar?...nom’bre si uno no está para andar tirando las cosas aunque estén llenas de ….bueno, así que lo guardó en una bolsita de plástico para poder lavarlo después.
Pero eso no fue lo peor sino que a la mera hora, el rollo de papel que llevaba no fue suficiente y con eso de que la tradición en los baños públicos es que no haya papel; se las arregló como pudo con los 4 cuadritos que le quedaban.
Superada la emergencia, Cata salió del sanitario con su bolsita de plástico en la mano y la sensación de que todo mundo la olía pero por lo menos lo peor había pasado; además recuerden que todavía tenía que llegar a su trabajo.
Ya en la oficina, lo primero que hizo fue lavar su calzón en el lavabo del baño (espero que sus compañeras de trabajo no lean esto porque de lo contrario jamás querrán lavarse ahí los dientes) y con ayuda del secador de manos medio logro que se secara; pero como no podía dejarlo tendido ahí a la vista de todos se lo llevo a su escritorio y lo colocó encima del CPU para que le diera el airecito.
Poco a poco sus compañeros de trabajo fueron llegando pero nadie se percató del adorno en el CPU de Cata, quien obviamente no puede andar sin calzones por la vida así que decidió ponérselo a pesar de que estaba todavía un poco húmedo.
Lo malo es que al día siguiente amaneció con una gripa marca diablo, de la cual todavía no se recupera pero dice que ya no le vuelve a pasar.
10 sept 2010
La Calle de los Nanches
Justo frente a mi casa hay una callecita que tiene una banqueta en donde hay plantas de sábila, y un árbol de nanches, una frutilla pequeña, amarilla, redonda y de un agradable aroma.
Cierto día, el caballero con el cual tengo la fortuna de compartir mi vida, tuvo la ocurrencia de poner una de esas pequeñas frutitas en la punta de una de las sábilas, se miraba tan curiosita y coqueta la plantita que el muy pícaro se dio a la tarea, de poner nanches en las sábilas, todos los días, él es mucho más madrugador que yo, así que cuando paso por ahí, para ir a mi trabajo, que está a tan solo dos cuadras, ya me toca ver a los nanchecitos, que alegremente toman el sol ensartaditos en las puntas de sus anfitrionas, se ven tan lindos que pareciera que son frutos que nacen de ellas, hay veces que los frutillos son tantos que alcanza para llenar los picos de las cuatro tristes sábilas, hay días que la cosecha no es tan fructífera, y solo se pueden poner 1 o 2 por planta, al yo pasar y verlos me imagino a mi marido recogiendo y ensartando nanches a hurtadillas, previendo que algún vecino amargado le pueda reclamar por la trastada, ya saben, no faltan las personas que no ven la belleza de las pequeñas y sencillas cosas de la vida.
Los días, que por alguna razón, no puede cometer su fechoría, las sábilas me parecen simplonas y sin gracia.
Pareciera que “perder el tiempo” ensartado nanches en las puntas de las sábilas, es una tontería, pero cada mañana, esos nanchecitos me recuerdan que el hombre que me ama, tiene el corazón de un niño travieso, que no solo recolecta frutillas, también cosecha las sonrisas que caen de mis labios al pasar por esa alegre callecita.